martes, 26 de mayo de 2009

CUENTO CUBANO


Cuando la maestra Lupita compartió nuestros cuentos de "El patito feo 2009" en el club Babar de promotores de literatura infantil de Yahoo, el maestro y escritor cubano Geovanys García Vistorte, de Camagüey Cuba, nos envió un cuento que tiene una idea de lo que le está pasando a nuestro Planeta a causa del maltrato que hacemos con sus recursos. Agradecemos al maestro Geovanys por aportar esta historia para nuestro proyecto, que a los compañeros del grupo les gustó mucho, y se imaginan que sus alumnos cubanos la han de pasar muy bien, con clases llenas de cuentos.

EL DÍA DE LOS SUEÑOS
Se dice que el Día de los Sueños nadie despertó hasta no terminar todas las aventuras y sucesos que acontecieron mientras se dormía.
Si uno soñaba que era un domador, se veía de pronto en un circo rodeado por diez leones frente al público que gritaba:
—Domador, ¡tóquele los dientes al más hambriento! Domador, ¡meta la cabeza dentro del más feo!
Sin embargo, Corlitos, no soñó con circos ni leones. Ante sus dormidos ojos se vio a sí mismo sentado en una silla roja como un tomate, dentro de un cohete, al que poco le faltaba para salir disparado rumbo al cielo. No había sonado todavía el motor de despegue y ya el sueño era tan real como la dulzura del mango. El motor ronroneaba y parecía un gato hambriento. Desde los rincones se desprendía un humo blanco con un delicioso olor a vainilla.
Por un cristal redondo el niño pudo ver a su familia y a sus amigos de la escuela gritándole que se cuidara, que no le tuviera miedo a la oscuridad, que las estrellas eran muy calientes, hasta las frías y que no dejara de traer fotos de bichos raros y poemas de extraterrestres.
Corlitos, al tiempo que decía adiós y asentía con la cabeza ante tales consejos, se preguntaba dónde encontrar una cámara fotográfica. De repente, un tracapum retumbante estremeció al cohete y un millar de adioses se alejarooooooooonnnnnnnnnn.
Al principio el niño se asustó un poco por la extraordinaria velocidad de la nave. Ni los aviones a chorros o las patinetas se le igualaban. Un rato después la sensación de estar flotando en el espacio lo calmó. Completamente tranquilo fue hasta una ventanilla en forma de tuerca y se asomó sin más ni más. Al mirar con detenimiento se percató de que las estrellas seguían viéndose lejos, pero en la multitud de puntos brillantes una esfera mayor sobresalía.
—¡Es la Tierra! —se dijo entusiasmado—. ¡Igualita a la del aula de geografía! ¡Parecidísima a la que ponen por el televisor en los noticieros! ¡Azul como siempre han contado los cosmonautas y escritores! ¡Dando vueltas sin detenerse! ¡Llena de animales y plantas con miles de formas y combinaciones de colores!... Bueno, eso de los animales me lo imagino porque desde aquí no puedo distinguir ni a un elefante...
Después de tantas emociones Corlitos suspiró y quedó en silencio.
Al mismo tiempo en la Tierra otro muchacho soñaba. Era Marquico. Su sueño comenzó cuando desde su closet salieron de pronto las cuatro personas más malas de su barrio protestando por el hambre que sentían. Marquico, sueño al fin, les dijo que no se preocuparan, que él les daría de comer, o mejor, les prestaría su transbordador espacial para que volaran hasta una cafetería y comieran. Los cuatro personajes aceptaron la segunda propuesta y se subieron al transbordador de Marquico que como era de juguete tenía unos colores brillantes y su tamaño no sobrepasaba el de una naranja. Cuando parecía que todo estaba listo para el despegue, por una de las compuertas de la nave salió uno de los malhechores, fue hasta la cocina y agarró una mesa, cuatro sillas, una bandeja y un cuchillo y los amarró a una de las antenas del aparato.
—¿Adónde llevan esa mesa? —gritó molestó Marquico con la preocupación de que su madre o su padre se levantaran a tomar agua y se encontraran sin mesa donde sentarse.
—Descuida, chamacón, que todo lo devolveremos, ja, ja, ja.
—Pero no se demoren —dijo entre dientes el muchacho.
Aclarada la situación, el transbordador comenzó el conteo regresivo: cuatro, tres, dos, uno, cero, y salió disparado por una de las ventanas en dirección a la luna.
Sucedió entonces que el sueño de Corlitos y el de Marquico se hicieron uno solo. Lo que Marquico veía desde su cuarto, Corlitos lo observaba desde el cielo. El transbordador parecía un papalote con las cuatro sillas, la mesa, la bandeja y el cuchillo atados a su cola. Después de dar tres vueltas a la luna parquearon frente a la nave de Corlitos, armando una especie de comedor espacial. Tres de los malhechores se sentaron en las sillas. Y el cuarto, para asombro de Corlitos y Marquico, agarró a la Tierra y la colocó sobre la bandeja. La puso en el centro de la mesa y comentó:
—¿Esta gordita?, ¿eh?
Los otros dijeron que sí con la cabeza y comenzaron a lanzarse la Tierra como si fuera una pelota de baloncesto. Cada vez que alguien la agarraba la olía y se relamía como un gato que tenía ante sus narices una cola de pescado. De tal forma se armó la discusión porque uno decía que la Tierra olía a piña, otro que a mandarina, el tercero que a caramelo de menta y el cuarto, a ostión. En ese jelengue la Tierra comenzó a llorar y con ella todos sus habitantes: los familiares, los amigos, los vecinos... Pero no sirvió de nada, uno a uno de esos bastardos comenzó a torturarla, escupiéndole sus aguas, tirándole encima clavos viejos, trozos de vidrio, papeles picados y escombros.
Marquico se asustó de tal manera que se tapó los ojos pues el sueño parecía una pesadilla. En tanto, Corlitos, comprendiendo que era necesario defender a su planeta, dirigió la nave hasta parquearla encima de la mesa. En ese momento uno de los torturadores gritaba:
—¡No aguanto el hambre! ¿Ya podemos comerla?
—Sííí —respondieron los otros.
Uno de ellos agarró un cuchillo y preguntó cómo era mejor picarla, ¿en cuñas o en lascas? Ahí mismo Corlitos los interrumpió alertando por un altoparlante:
—¡No voy a permitir ese abuso con la casa de todas las personas!
Los cuatro comilones soltaron una carcajada y entre risas dijeron que el del altoparlante era un bobo, gritón, enano y cobarde. Corlitos no esperó más y se dispuso a manipular cuanto botón encontrara en el cohete: rayos limpiadores, sables antiladronas envueltas en correctores antiabusos y otras armas destinadas a combatir la deslealtad.
Así logró impedir que la Tierra terminara como plato de cuñas o bandeja de lascas. Los malhechores, de más está decir, salieron a la desbandada, hasta esconderse debajo de la cama de Marquico.
Corlitos, contento de su heroicidad decidió regresar a casa para despertar del sueño y contárselo, en la mañana, a sus amigos de la escuela, aunque nadie le creyera semejante historia.
Sin embargo, al otro día, Marquico se paró delante de todos en la escuela y contó unas cinco veces que Corlitos era muy valiente porque apareció en su sueño—pesadilla—realidad acabando con cuanto sinvergüenza quería comerse a la Tierra nuestra de cada día.

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